Redacción Internacional.- Hoy hace 81 años, 13 de julio de 1944, nació en Budapest, Hungría, Ernő Rubik, creador de un cubo que cabe en la palma de una mano, y que es más que un juego: un desafío mental, una herramienta de entretenimiento, una puerta al pensamiento lógico y al diseño tridimensional.
El Cubo de Rubik o Cubo Mágico, es un rompecabezas que desde su creación en 1974, se convirtió en un ícono de la cultura pop, de las matemáticas y del ingenio humano.
El origen de un enigma
En los años 60, como docente, Rubik enseñaba diseño tridimensional: un campo donde las ideas debían adquirir volumen y donde las manos, tanto como la mente, eran clave para comprender el espacio. En ese contexto académico, más cercano al taller que al aula convencional, se encendió la chispa.
Era 1974 y Rubik, con 30 años recién cumplidos, buscaba una manera concreta de ayudar a sus alumnos a visualizar y manipular estructuras en tres dimensiones. Quería un objeto físico que pudiera rotar, reordenarse y conservar su integridad, sin necesidad de esquemas abstractos o teorías complejas. Así, en su departamento de Budapest, comenzó a experimentar con materiales simples: bloques de madera, bandas elásticas y clips metálicos.
Después de varios intentos, creó un prototipo de un cubo de 26 piezas móviles unidas alrededor de un mecanismo central oculto. Cada cara estaba dividida en nueve cuadros y pintada de un color diferente. Al mezclar las piezas, el cubo perdía su orden original. Al intentar volver a organizarlo, Rubik descubrió que la solución no era evidente. En su afán pedagógico había creado, casi sin quererlo, uno de los rompecabezas más desafiantes y célebres del siglo XX.
“No sabía en ese momento que había inventado un rompecabezas. Solo me di cuenta de que lo había creado cuando traté de resolverlo”, declaró años más tarde.
En 1975 registró la patente del invento en Hungría bajo el nombre de Bűvös Kocka (Cubo Mágico). Pese al gran impacto de la creación, recién en 1977 llegó a las jugueterías de Budapest, donde se agotaría rápidamente.
Llegó 1980 a la empresa estadounidense Ideal Toy Corporation, la cual obtuvo los derechos de distribución, y lo bautizó con el nombre de «Rubik’s Cube». El cubo comenzó a circular masivamente fuera de Europa del Este.
A partir de entonces, el rompecabezas se convirtió en un objeto deseado y trascendió cualquier expectativa. Fue elegido “Juego del Año” en distintos países en 1980 y 1981.
Se estima que para 1982 ya se habían vendido más de 100 millones de cubos en todo el mundo.
En ese año se celebró en Budapest el primer Campeonato Mundial de Cubo Rubik, inaugurando una competencia que perdura hasta el día de hoy y que reúne a miles de entusiastas llamados «speedcubers», capaces de resolver el enigma del cubo en menos de 10 segundos.
Símbolo cultural y científico
Aunque alcanzó popularidad como juego, el cubo Rubik se transformó en un objeto de culto en múltiples disciplinas: desde las matemáticas hasta la psicología cognitiva, desde el arte contemporáneo hasta la inteligencia artificial.
Resolverlo implica mucho más que destreza manual; requiere pensamiento lógico, memoria espacial, estrategia y una notable dosis de paciencia. Según los expertos en este juego, existen más de 43 trillones de combinaciones posibles, exactamente 43.252.003.274.489.856.000, pero solo una solución, lo que lo convierte en un desafío tan simple en apariencia como complejo.
Su diseño, una estructura cúbica de colores primarios, rotatoria y geométrica, lo elevó al rango de ícono visual del siglo XX. Fue incluido en películas (“En busca de la felicidad”, 2006; “Wall-E”, 2008; y Los Cazafantasmas II, 1989), incluso en videoclips, publicidades y en la serie The Big Bang Theory. Pero también fue objeto de investigaciones científicas y psicológicas.
Su estética lo llevó a las salas de museos: el MoMA de Nueva York lo incluyó en su colección permanente como ejemplo de diseño funcional y belleza conceptual. Además, la revista Time lo listó entre los juguetes más influyentes de todos los tiempos.
Pese a la fama internacional de su creación, Ernő Rubik nunca se sintió cómodo con la exposición pública y siempre fue un inventor esquivo a los flashes. Reservado, meticuloso, casi tan enigmático como el rompecabezas que lo hizo célebre, evitó asumir el rol de figura mediática. Prefirió dedicarse a lo que siempre lo motivó: el aprendizaje, la creatividad y la invención.
En lugar de capitalizar su fama, fundó la Rubik Foundation, una organización orientada a promover la educación en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM), con especial foco en el desarrollo del pensamiento lógico y el diseño en jóvenes. Por décadas, apoyó a estudiantes, desarrolladores y docentes, convencido de que el verdadero motor del progreso es la curiosidad aplicada.
En una de las pocas entrevistas que aceptó (BBC, en 1986), Rubik dijo: “No me preocupó porque nunca tuve en mente eso, no era lo que estaba buscando”, al referirse al éxito inesperado de su cubo. Además, en sus memorias publicadas en 2020, «Cubed: The Puzzle of Us All», Rubik habla de la invención como una forma de vida y una manera de entender el mundo.
Hoy, a más de medio siglo de su invención, el cubo Rubik conserva intacto su atractivo y su vigencia. Se estima que se vendieron más de 400 millones de unidades en todo el mundo. Existen versiones accesibles para personas ciegas, variantes en distintos niveles de dificultad del clásico 3×3 al desafiante 17×17 y adaptaciones digitales y virtuales.
También, se desarrollaron algoritmos optimizados por inteligencia artificial y robots capaces de resolverlo en fracciones de segundo: en 2023, un modelo robótico batió el récord mundial al hacerlo en 0.305 segundos.
Más allá de las cifras, los récords o las versiones tecnológicas, lo que perdura es el espíritu original del cubo: un juego que desafía la mente, que invita al error como parte del aprendizaje, que obliga a mirar desde otro ángulo. Un objeto simple y profundo a la vez, sin necesidad de instrucciones, sin barreras de idioma o edad.